viernes, 19 de marzo de 2010

TERREMOTO

Hace pocos días, mi amigo y maestro Daniel Taroppio hizo circular una carta de la cual transcribo ahora unos párrafos.
No es facil reflexionar en medio del caos y del dolor. El terremoto de Chile ha provocado mucha destrucción material, muchas personas murieron y otras han quedado gravemente heridas. La conmoción y el padecimiento de nuestros hermanos chilenos me duele y me abruma. Siento que estoy en presencia de algo tan abismal que me paralizo y me quedo sin palabras.
Gracias a Dios tengo amigos que pueden encontrar las palabras necesarias, pronunciarlas y compartirlas...

...¿Cómo podemos sentir confianza en medio de tanta incertidumbre y caos global? ¿Qué pasa con el Flujo Universal en un terremoto? ¿Es posible confiar en un universo se puede alcanzar semejantes niveles de destructividad?

A mi humilde entender, la confianza básica no consiste en quedarnos tranquilos sólo porque creemos que todo va salir bien, de acuerdo a nuestros deseos, modelos mentales y anhelos, sino en sentir que todo está bien, así como es, aunque el mundo se derrumbe a nuestro alrededor. Confianza básica no es mente positiva ni intentos de manipular la realidad con alguna fórmula de magia. Es profunda aceptación y entrega al momento presente, sea éste lo que sea, sobre todo cuando es inevitable.
...El Flujo Primordial del Universo jamás se interrumpe. Un terremoto es una liberación extraordinaria de Flujo, no un corte. Y el fin del mundo también lo sería. Respirar hondo y confiar en que el Cosmos tiene planes más profundos que los nuestros, eso es para mi confianza básica. Y esos planes pueden incluir la desaparición de este mundo, como ocurre permanentemente con tantos planetas, en todas las galaxias, y como ha ocurrido aquí mismo en el pasado.
...No podemos hacer nada para controlar estos fenómenos. Sin embargo, somos libres de elegir cómo vivirlos. En estos momentos, mientras unos pocos chilenos buscan cómo robarle al vecino a quien se le derrumbó la casa, cientos de miles trabajan sin dormir para ayudar a su prójimo. Y millones oran y donan lo que pueden para aportar algo de alivio. Esa es nuestra libertad. Y cuando parece que no tenemos más opciones, aún nos queda la última, abrazarnos a quien tengamos al lado o a nosotros mismos, ponernos las manos en el corazón y esperar lo que venga con una serena sonrisa de gratitud por todo lo vivido.
...¿Pero dónde radica esta confianza? ¿Cómo podemos confiar en un universo que uno día nos crea y otro nos devora? ¿Qué podemos hacer para que éstas no sean sólo palabras?
Siento que el secreto está en trascender la dualidad, ésa es la sanación fundamental y definitiva del miedo.
No hay un universo allá afuera, mientras nosotros estamos acá temiendo lo que pueda hacernos. Ésa es la gran ilusión que sólo genera dolor y temor. Nosotros somos el universo, y en nosotros se repiten los mismos procesos que en él. Hora tras hora miles de nuestras células mueren para que nosotros sigamos con vida. Si una de estas células fuera autoconsciente y pudiera expresarse en palabras quizás diría algo así como: ¿qué clase de dios es éste que me deja morir cuando yo le di mi vida? Sin embargo, su muerte es parte de un proceso de vida mayor...
El miedo y la sensación de finitud dependen de los límites que le demos a nuestra identidad. A mayor identificación con el ego, mayor temor. Sólo cuando nos sentimos uno con la totalidad de la vida florecen la paz y la libertad. Y sólo entonces podemos fluir. Esto no puede alcanzarse por una reflexión intelectual, no nos lo puede brindar la lectura de ningún libro ni puede sernos entregado por otra persona. Sentirnos parte del pulso del universo es una experiencia que sólo se alcanza en la vida misma: respirando, meditando, amando, danzando, vibrando, cantando, llorando, abriéndonos sin condiciones a lo que emerge del eterno y sagrado ahora. Cuando el pulso de nuestro corazón y el ritmo de nuestra respiración son uno con el latido universal, la dualidad se disuelve y la belleza de la entrega se expande desde el centro de nuestro ser como el perfume más sutil y delicado. Poco importa si adopta la forma de risa o de llanto. Sólo cuenta que brote desde el corazón.
Sin embargo, aún esta experiencia puede ser peligrosa. Aún aquí, corremos el riesgo de mal interpretar lo que estamos experimentando y caer en el grave error de identificarnos con este placer superior y perdernos en la indiferencia.
Comprender que hasta los aspectos más aterradores de la vida poseen un sentido en un plano superior que nos resulta incomprensible, puede llevarnos a perder la compasión, la capacidad de abrir el corazón al dolor que nos rodea y la necesidad de participar activamente en la sanación del sufrimiento que estamos contemplando. Que todo responda a un orden superior no significa que por eso no duele, y donde haya dolor es preciso aportar compasión. Por eso ahora, más allá de toda comprensión, es momento de sentir este dolor de los que han perdido tanto como si fuera literalmente nuestro, y desde allí, con el corazón abierto, sensible y disponible, servir.