lunes, 21 de marzo de 2011

TRIBULACIONES... continuación.


La venganza de la Vida, de las locuras engendradas en los repliegues de mi alma de potro indomable. De ameba amorfa. De gusano espástico. De murciélago ciego. De hiena hambrienta. De cachorro destetado a destiempo. De gacela juguetona. De orangután pensativo. De bestia cogiente. De foca amante. De pichón inocente.
¡No ven que me estoy descascarando impotente a jirones y a pedazos de articulaciones viejas y oxidadas que se van partiendo por mi propio peso!
Solamente siento el pulsar cada vez más fuerte de mi simiente... y ¡miedo!
El miedo a la nada. A no saber qué hacer. A no saber. El miedo eterno, el miedo conocido, disecado, comprendido. El miedo domesticado, analizado. El miedo guardián carcelero. El miedo tramposo.
El miedo. El miodo. Mi odio...
Odio estar acá contándoles de mi miedo y no saber qué hacer en lugar de odiar estar acá contándoles de mi miedo mientras la vida sucede más allá. No es cierto, como tampoco es cierto lo que una vez Fritz Perls —el gran terapeuta— le dijo a Gabrielle Roth —la gran bailarina— arrojando al mar el libro que ella leía: “¡No pierdas tu tiempo leyendo esto! ¡Yo lo escribí porque no sabía bailar como vos!”
¡Mierda! ¡Mil veces mierda!
¡No es cierto por más cierto que sea!
¿Qué quiere decir “yo lo escribí porque no sabía bailar como vos?” De pie al borde de los acantilados, Fritz le arrebató el libro y lo tiró con fuerza, bien lejos. Y los dos se quedaron mirando cómo el libro iba cayendo hasta no ser nada más que un punto y una espumita blanca, antes de hundirse para siempre en el mar.
En el fondo del mar.
“Lo escribí porque no sabía bailar como vos”, le dijo.
¡Por supuesto! Él no sabía bailar como ella. Pero no se puso a pensar que ella a lo mejor bailaba porque no sabía escribir como él.
¿Y qué hacen ustedes con su semilla latiente?
¡Porque yo estoy acá con la mía y no sé qué hacer!
¡No sé tratar con una semilla latiente!
¡Por Dios que no lo sé!

No hay comentarios: