lunes, 9 de mayo de 2011

SESIÓN DE MATILDE (fragmento de novela inédita)

El día perfecto se va esfumando de a poco entre mis volutas de humo y los rezongos de Matilde, la primera paciente de la mañana. Estoy un poco congestionada, ¿podrías apagar la pipa?, y más que un pedido es una exigencia imperativa escondida en esa mirada suplicante de vaca buena, la misma mirada con la que va aniquilando a su marido. Matilda se queja de que a él sólo le importa su trabajo, que no le presta suficiente atención, que no lo conmueven las dolencias de ella, que a veces hasta la agrede, ¿a vos te parece? dice mirando mi pipa, y tose, tose con ganas, muchas veces, con tos de dragón a punto de lanzar un lengüetazo de fuego sobre mi pipa. Pero yo se que ella sufre de verdad, y lo que me dice de su marido es verdad también, tan verdad como que lo va aniquilando. Él solo ve su mirada de vaca buena, de esposa sufriente dolida por la lumbalgia, la artirits, el reuma, las congestiones eternas, la psoriasis, los padecimientos que aparecen y desaparecen sin razón médica alguna. Tómese un rivotril y consulte a un psicólogo, le dijo su clínico después de un millón de análisis, porque lo que usted tiene es que en realidad no tiene nada. Pero ella sufre. ¡Claro que sufre! Y el médico dio en le clavo: sufre porque no tiene nada. Nada de vida. Nada que le de sentido a sus sesenta y cinco años. Nada de nada. El marido no entiende porqué en vez de experimentar la lógica y tierna compasión que cree que debiera sentir por las dolencias de ella, tiene un odio de acogotarla que a penas si disimula. Pero yo sí lo entiendo. Entiendo ese odio. Es mi trabajo. Matilde no me suplica que apague la pipa. No me lo pide. Me lo ordena y disfraza su exigencia con ojos de vaca buena. Las vacas buenas sí saben manipular al mundo, no es fácil defenderse de esa mirada de ojos tristes, entrecerrados, abnegados. Ojos que gritan lo que la boca calla. Es la pipa o me muero, ¿entendés? ¿Vos querés que me muera? ¿Tan desalmado sos? ¿Qué te cuesta apagar la pipa por una hora si después con los otros pacientes la prendés y fumás todo lo que se te de la gana? Si a los otros pacientes no les importa su salud, allá ellos, si vos nunca escuchaste hablar del cáncer, querido, es tu problema, el mío es que hoy —como ayer, como mañana, como siempre— estoy muy congestionada, ¿entendés? No puedo respirar, me voy a morir de congestión, ¿entendés?
Matilde.
...
Matilde espera mientas apoyo la pipa sobre la mesa. Inclinarme dispara una puntada de dolor en mis vértebras lumbares. Apoltronarse por horas en el cómodo sillón del terapeuta causa lumbalgia. Nadie te enseña eso en la universidad. Como por arte de magia la tos de mi paciente desaparece por completo y Matilde se larga a hablar con verborragia desenfrenada, como un dique al que le han abierto las compuertas inunda mi consultorio con relatos intrascendentes y precisión de detalles insignificantes. Matilde crece a medida que avanza su discurso, se va inflando y se desquita por todo lo que ha callado durante la semana, se indigna y lanza estocadas aquí y allá como un espadachín enfebrecido que combate contra cincuenta adversarios invisibles. Ya no queda nada de su mirada de vaca buena. Sus ojos brillan. La escucho. La escucho bien. La escucho de oficio. La escucho sin amor, vacío de interés, tejiendo en mi interior palabras con sentido que voy rescatando de su parloteo quejumbroso. Matilde se desagota y se calla y su mirada pide disculpas “espero no haberte ofendido mi enojo no es contra vos”, “ya lo se, querida” le dicen mis ojos y con voz de terapeuta comprensivo le devuelvo mi tejido de retazos que ella acepta agradecida como siempre, y se arellana en su sillón cubriéndose confortada con mi manta de palabras. “Sos el único que en verdad me comprende”, dice. “Lo sé, Matilde, pero ¿esto te sirve?” “Claro que me sirve, me siento mucho mejor”
Sí, pienso, pero ¿esto sirve para algo?

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